Nuevas tecnologías ¿Amigo o enemigo?

En la época de la aplicación de mensajería más popular MSN Messenger, allá por el 2004, yo lo consumía como muchos jóvenes de mi quinta. Horas y horas las pasaba tecleando con mis amigos más cercanos o con otros internautas físicamente desconocidos. El caso es que aquello entró en nuestras vidas de forma repentina, sin avisar diría yo. Alguien te dice que eso existe, que es gratis. Lo descargas, lo instalas y a chatear sin parar.

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Antiguo MSN Messenger

yo fui uno de los “afortunados” que dió con una chica que me mandaba fotos de otra chica

Para mí no fueron años muy positivos. Terminé enganchandome a esa maldita aplicación de mensajería. Yo creía que todo iba bien. Charlaba con mis amigos y quedaba por ahí para salir a la calle, jugaba a algún juego online con otros y qué sé más; ah sí, para ligar. Fue un desastre. Eso que hemos escuchado muchas veces de «cuidado con quién ligas porque puede no ser la chica de la foto, sino un hombre o vete tú a saber». Bueno, pues yo fui uno de los “afortunados” que dió con una chica que me mandaba fotos de otra chica más mona que ella. Con los años me di cuenta que ella no era nada mona, y además era mentirosa. Mi madre fue la que me sacó de esa dependencia al chateo, gracias a Dios. En fin. Como podéis imaginar, mi rechazo al MSN Messenger o a cualquier cosa parecido se quedó conmigo largos años.

Hoy día, en la era de las redes sociales, hasta hace poco, he sido algo ignorante. Un consumidor del montón. Sin hacer mucha cosa, aunque guardando las distancias. Cuando todo el mundo tenía WhatsApp yo todavía usaba un móvil sin internet. Hasta finales de 2015 no me compré un smartphone. Yo intuía que la resistencia a volver a caer en la adicción que os contaba antes existía, como el alcohólico que consigue dejar de beber, que no deja de serlo nunca. Pues bien, de aquí a 5 años atrás, se puede decir que tengo una vida nueva, no porque no use redes sociales, sino porque me bauticé a la Iglesia Católica. Vaya giro de guión ¿verdad?. Un gran regalo de Dios, no os imagináis cuánto. Total, que estos años he tenido inquietudes muy grandes que nunca supe resolver. Proyectos que estuvieron en barbecho mucho tiempo y que gracias a mi profesión (diseñador gráfico y editor de vídeo) y a mi conversión, hoy están cobrando forma gracias a las nuevas tecnologías y a las redes sociales. Fíjate tú por donde.

Un señor sacerdote de 86 años, ¡está dando lecciones a un joven de 34 años sobre las redes sociales!

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Raniero Cantalamesa junto a una imagen de San Francisco de Asís

Si Dios quiere y mi amigo fundador de Autoayúdate me lo permite, en el futuro os puedo compartir estos fangos en los que estoy metido. Pero la reflexión final a la que quiero llegar, os la va a impartir un sacerdote capuchino de 86 años que lleva siendo predicador de la Casa Pontificia 40 años. El 28 de noviembre el Papa Francisco lo creará cardenal. Raniero Cantalamesa, que es como se llama, recientemente en una entrevista realizada por el semanario Alfa y Omega cuenta: «En cuanto a las redes sociales me gustaría decir algo. Los apologistas cristianos del siglo II y III bendecían a Dios por las calles construidas por el Imperio romano, porque –según decían– por ellas podía transitar y viajar más fácilmente el anuncio de la fe. Podemos hacer lo mismo por las calles virtuales construidas por la tecnología moderna. Eso es justo lo que rescata a los medios de comunicación de tantos abusos que se cometen sobre ellos; es decir, que a través de las redes sociales y los medios de comunicación tenemos que difundir también el bien que se hace en el mundo, y en concreto el mensaje del Evangelio. Hemos visto el providencial uso que se puede hacer de estos instrumentos durante el confinamiento. Muchos creyentes, que no podían acceder a las iglesias, han podido así alimentar su fe». Un señor sacerdote de 86 años, ¡está dando lecciones a un joven de 34 años sobre las redes sociales! Nada más que añadir señoría. Aprovechemos las herramientas que tenemos a nuestro alcance para hacer todo el bien posible. Siempre atacar al mal con bien. No lo olvidemos.

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